Ráfagas de Huracán

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El proyecto de decreto de refundación de la Comibol es el testamento político de Édgar ‘Huracán’ Ramírez

En una semana de bronca y dolor se ha dicho mucho sobre Édgar Huracán Ramírez, múltiples recuerdos y anécdotas: la valentía ante la represión, la indiferencia al dinero para su retiro, su indignación por la corrupción de dirigentes sindicales, su soledad en Tupiza; el Mutún, El Alto. La realidad es más asombrosa que la ficción.

Pero lo que queda y se quedará de Édgar son sus banderas de lucha, que son las nuestras.

Nacidos en la víspera de la revolución de 1952, crecimos en el esplendor de sus medidas, particularmente la nacionalización de las minas. Se haría justicia a Atahuallpa, obligado a entregar una pieza llena de oro y plata con la promesa de su libertad, la codicia no tiene límites y lo mataron porque no reconoció dios ajeno. Era la lucha contra la mita, el sistema injusto que obligaba a trabajar a los pueblos originarios en las minas para poder vivir en su propia tierra. Era el acabose de la explotación de la plata, el salitre, del guano, la goma, el petróleo, el estaño, materias primas por las cuales se desarrollaron guerras dizque para defender la patria, cuando eran intereses extranjeros los que se beneficiaban. En fin, sabíamos que sobre la riqueza de nuestros minerales y la explotación de los indígenas se había desarrollado el capitalismo industrial europeo, mientras nos quedábamos con socavones vacíos y pueblos diezmados por el aniquilamiento de los pulmones de sus pobladores.

El sueño duró poco, los estadistas se asustaron de su osadía y claudicaron. Pagaron la indemnización por el saqueo, se negaron a construir fundiciones, para alimentar a las del propio Simón I. Patiño, reorganizaron el Ejército con asesoramiento norteamericano, dictaron un código del petróleo para el retorno de las transnacionales. No les fue fácil, la resistencia obrera se tradujo en un rompimiento político con el MNR (1963) y luego vino la imposición de las medidas con la dictadura militar (1965): supresión de los sindicatos, rebaja de salarios, zonas militares en los campamentos mineros, silenciamiento de sus radios. La restauración tenía un objetivo claro: liquidar el sindicalismo minero, un movimiento con conciencia de clase, curtido en mil batallas, de cuyo trabajo dependía el 70% de las divisas del país. Sin embargo, el capitalismo no puede vivir sin la explotación del obrero, tiene que convivir con ellos y éste apelará una y otra vez a la memoria histórica y renacerá la organización y la rebeldía.

En medio del terror (en la cárcel, en el exilio) vino la reflexión: era necesario defender la nacionalización de las minas. Esto significaba la liberación de la dependencia del imperialismo norteamericano y la construcción del socialismo. Co-gestión obrera en las minas: el obrero no podía reducir su labor a la fiscalización y mucho menos dejarla en manos de una sola persona. La Corporación Minera de Bolivia (Comibol) debía dirigir la minería de todo el país y sus actividades abarcar toda la cadena productiva: exploración, explotación, fundición, industrialización y comercialización. Las ideas se plasmaron en la Tesis Socialista de la COB (1970) y la Asamblea del Pueblo.

El verano democrático duró poco, vino el banzerismo. Te hiciste minero para vivir pero fundamentalmente para luchar. La lucha continuó por caminos peligrosos: la clandestinidad, la cárcel, el exilio, la conspiración, el hambre, siempre educando, organizando, uniendo y dando ejemplo en la lucha. La dictadura cayó, víctima del anacronismo histórico y la lucha del pueblo. La herencia fue una crisis económica galopante y un movimiento popular fragmentado, que, herido por la desaparición de preclaros líderes, no pudo dar una respuesta a la altura del momento histórico. El resultado fue la derrota política (1985).

Sobre la derrota vino el neoliberalismo. Lo primero fue destruir a la clase obrera organizada: los mineros. El desafío era sobrevivir y elaboramos, a tu iniciativa, Édgar, el plan de emergencia de Comibol, cuya viabilidad fue avalada por las universidades, los comités cívicos de Potosí y de Oruro y la Pastoral Social. Fue la bandera de la Marcha por la Vida: 12.000 mineros en la carretera fueron derrotados por fuerzas militares y policiales del mismo tamaño a las desplazadas para la Guerra del Chaco. La derrota militar marcaba el desbande de la fuerza proletaria.

Te quedaste como el único trabajador de la Unificada de Potosí.

Como dirigente recorriste los campamentos convertidos en miserables tugurios. Sin pulpería, salud, educación los campamentos se fueron despoblando. Los que resistieron eran cada vez más pocos y las fuerzas debilitadas; sobre esto el cañonazo de dólares que acabó con los mineros de Siglo XX. Resististe con los que quedaron y planteaste la toma de las minas. La recepción fue reducida; al contrario, se anidaba en el movimiento obrero la corrupción, arma del capitalismo para horadar desde adentro al movimiento obrero. A mala compañía, mejor renunciar a la dirigencia. Iniciaste tu calvario de obrero de base.

En 2000 no te botaron, cerraron la empresa que salió de Abril del 52, para convertirla en empresa pública que solamente debía arrendar y firmar contratos. Te dieron trabajo para cuidar el despojo y encontraste una nueva riqueza: la documentación que nos daba la razón; desde adentro se había destruido a la empresa minera estatal. Se le obligaba a financiar proyectos nacionales, sin reinvertir en la misma. Con acierto el pueblo identificaba a la Comibol como la vaca lechera, cada vez más flaca.

Pero también descubriste la enorme riqueza de las minas nacionalizadas: el open pit de Siglo XX, la riqueza de los Lípez, las reservas de Pulacayo, Huanuni, Portugalete, la grandeza del Mutún, la riqueza aurífera del Madre de Dios y la provincia Larecaja de La Paz. Reservas para 500 años al decir de ti. Por eso te despidieron del Archivo los golpistas de 2019.

Al advenir el Proceso de Cambio, la nueva Constitución señala: “Los recursos naturales son del pueblo boliviano, su explotación se justifica en la medida que se le añade valor con la industrialización; la Ley de Minería le devuelve a Comibol el rol rector de la minería. Aires de esperanza.

Elaboraste la Tesis de San Cristóbal de la FSTMB de 2017 que compromete a los trabajadores mineros en la defensa del proceso de cambio y retoma la tradición revolucionaria de la Federación de Mineros.

Pero nos venció la burocracia: con la letra chica de las disposiciones y a la espera del momento oportuno, postergaron el sueño de refundación de Comibol; la fundamentación del decreto frustrado es tu testamento político en defensa de la riqueza del país. Es ésta la tarea que nos dejas, la recuperación de la minería en manos del Estado, una Comibol productiva, orientada a la industrialización, para volver a favorecer al país y a la población entera. Menuda tarea, aunque alentados por las ráfagas del Huracán.

(*) José Pimentel C. Exdirigente minero, exministro de Minería

 

 

 

 

 

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