PUSAJ CHUNKA UJNIYUJ (HOMENAJE A COCO MANTO)

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“La vida es una tragedia para los que sienten

y una comedia Para los que piensan”

Jean de Bruyere

 

Jorge Mancilla Tórrez, Coco Manto, periodista, escritor, poeta, diplomático y humorista, nacido en Uncía del norte potosino, constituye una figura cimera en el quehacer cultural de nuestro país y, por qué no decirlo, del continente latinoamericano, forjado en la dureza de las luchas sociales de los mineros, particularmente de aquellos que escribieron con sangre la historia de toda la segunda mitad del siglo pasado, los obreros de Siglo XX y Catavi, innegables bastiones que impactaron el alma sensible de Jorge desde niño, la que se nutrió con las experiencias recorridas en pos de reivindicaciones del sector, defensa de la democracia permanentemente amenazada o de resistencia a las nefastas dictaduras impuestas desde el imperio del norte con la complicidad de la oligarquía criolla, a los que con su aguda y prolífica pluma supo combatir desde posiciones de profundo y consciente compromiso social y militancia revolucionaria, tal como testimonia el siguiente fragmento de su poema “Coplas como leña al fuego” sobre la Masacre de San Juan:

“Recodado compadre Neme,

Rosendo, Mariachi Soria;

compañeros no se muere

si el pueblo tiene memoria

 

Alalay, alalycito,

Chiri huayra de San Juan

¿Por qué será que en mi sueño

Soldados vienen y van?

 

Coco Manto, sin lugar, a dudas encarnó posiciones de vanguardia en la producción literaria en el sentido más lato que pueda admitir el término pues hizo suyos los valores del humanismo revolucionario de ese tiempo; su lírica unida a su trabajo periodístico vibró intensamente en el corazón de tantos que como él buscábamos afanosamente la verdad, alimentada por la denuncia de la explotación y opresión de las mayorías nacionales, sustentada en la fuerza contundente de la realidad en la que siempre apoyó su producción abonada indiscutiblemente por esa gran capacidad imaginativa que hoy le garantiza una larga vigencia a su obra, al pensamiento que conlleva la misma y al vigor creativo que lo acompaña, convencido de la dinámica del tiempo en que la realidad del pasado siempre será la madre de la que corresponde al presente y ella se constituye en la cuna de lo porvenir, la realidad que deviene imparable y de eso bien que lo sabía el poeta, contribuir a la mantención de la memoria histórica preñada de discursos, mensajes y acciones que provocaron en él, desde su más tierna infancia sentimientos encontrados de satisfacciones, alegrías, de penas y dolores; era tan evidente que su intención fue rebasar las dimensiones y tonalidades de la voz para alcanzar la fuerza de la palabra y cultivarla porque constituye una de las notas esenciales que define al ser humano.

Por esa razón es que como escritor y periodista del pueblo fue capaz, como pocos, no solo de oír sino de escuchar a su clase, a su pueblo con la mayor serenidad para rescatar esa memoria histórica y poder expresarlo con sencillez y humildad; es posible afirmar sin ninguna vacilación que Jorge Mancilla Torres supo encontrar en el verso y el trabajo periodístico el modo más eficaz de servicio y contribución a las luchas sociales, a través de una genuina y profunda expresión de los hechos, sin escapes forzados ni rebuscamientos insustanciales, como la manifestación natural de su búsqueda y sed de justicia, libertad y dignidad tanto en espacios democráticos o de dictadura, de esa necesidad de denuncia que le caracterizaba en vida.

Pusaj chunca ujniyuj wata kawsayniyuq como seguramente escribirá su hijo Pablo Ernesto que de ese modo festejó el aniversario de su padre el pasado año:

 

“Vamos riendo con aquel engaño

del Quijote, haciendo sagrados ritos,

adoptamos ya a ese perro huraño

valemos más allá del infinito”

 

Ochenta y un años de existencia, de los que más de medio siglo lo dedicó al estudio, la reflexión, el análisis y la producción, en una vida agitada, casi tempestuosa por la acción represiva de los dictadores de turno, una vida que no termina con su muerte, sino que se agiganta y toma un nuevo rumbo en su marcha hacia la eternidad, en una jornada que llegó en medio de la duda entre lo plúmbeo y borrascoso y la claridad que brinda los dorados rayos del Tata Inti marcando la partida de Coco Manto hacia este destino, un hombre sencillo en todos los sentidos, sensible y comprometido con las aspiraciones de esa inmensa caravana de pobres y explotados que luchan por construir otro mundo más humano y solidario, que es posible y Coco estaba convencido de ello; consecuentemente, había que enfrentar al enemigo de clase y lo hacía con pulso firme denunciando los abusos de los detentadores del poder y sus desmedidas e irracionales ambiciones que van destruyendo no sólo a los seres humanos, sino a la naturaleza, lucha franca de un combatiente con caídas, cierto, pero sin sucumbir jamás, menos abandonar el combate como uno más de los protagonistas de las luchas sociales libradas en nuestro país y más allá de sus fronteras, con los sentidos bien abiertos, el sentimiento de hermandad a flor de piel para capturar todo aquello de los surcos más profundos que va roturando la vida y que abonó la emergencia de su arte, como la formidable expresión de la unidad en que se dan la percepción sensitiva y la creación espiritual que son los retazos de la existencia humana en la que es posible encontrar no solo espinas, sino flores de los más extraños y vivos colores que con sus dulces aromas alimentan las esperanzas para el logro, más temprano que tarde, de la transformación revolucionaria y lograr el ansiado desarrollo, un problema expresado con tanta precisión humorística y profundo mensaje en su aforismo “No desarrollamos porque estamos yanquilosados”, en los que fue tan pródigo que se hace difícil anotar algunos tan sutiles y finos como aquellos “Las chamacas jóvenes tienen lo mejor de la vida por delante”, “El Vaticano y la Reforma agraria se parecen porque en cincuenta años produjeron cinco papas”, “Hay que cero o no ser”, “Había una vez tal vestal que tal vez no era tal”, “Chile se opone a Bolivia a toda costa”, “Un negro en la nieve es un blanco perfecto” “¿Qué diablos le hicieron al sauce llorón?, “Yo gracias a Dios soy ateo” y tantos otros epigramas, excepcionalmente ingeniosos, agudos, satíricos y sobre todo precisos en el planteamiento de un problema a los que, sin traicionar a su modo de ser, los llamó breverías. La genialidad nunca estuvo ausente en la vida de Coco Manto:

 

“Yo fui feliz dentro del marco huraño

de aquel tiempo de vientos y de estaño

en las minas, mamá, donde envejeces”

 

Cuando se refiere con nostalgia a su madre espacial, geográfica LLallagua que le vio crecer en todas las dimensiones, conjuncionada con su Madre biológica a la que amaba tanto, o aquel otro que dice:

 

“Al cabo de vivir siempre de facto,

aquí me tienes, madre, casi intacto

muerto de regresar hasta tu vida”

 

O la militancia ideológica que le hizo expresar:

“Mi cuerpo está sujeto a la cadena

de la necesidad terrestre, ajena

a mi ser libertario que veloz vuela

encima de la culpa y la condena”

Asi fue Coco Manto y en este póstumo homenaje, con angustia en la garganta le diría:

Mi recordado Hermano,

no olvidaremos tu sabia ironía

que salía de tu hábil mano,

el caldo de cultivo que sembraba

la necesaria y humana utopía.

¡HASTA SIEMPRE COCO MANTO! 

Por Roberto Valdivieso

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