Sobre la elecciones generales y el voto nulo

Jiovanny Samanamud

Estamos a las puertas de un escenario de derrota para el campo popular: por primera vez en casi 20 años existe la posibilidad real de perder una elección presidencial. Es cierto que minimizar esta situación a una simple contienda electoral es un reduccionismo; pero restarle importancia, como si fuera algo trivial, sería igualmente simplista. El proceso de cambio no solo significa mantenerse en el gobierno conservando el poder, implica también la posibilidad de construir, no importando las condiciones, el proyecto político en un largo tiempo histórico.

A veces un acto simple, como un voto, encierra una significación histórica no prevista ni imaginada por nosotros, porque nuestro presente es demasiado estrecho para visualizarla. Hoy podría parecer que votar es un gesto rutinario; sin embargo, la coyuntura lo convierte en algo mucho más trascendente de lo que creemos. Es más, probablemente estemos confundidos y sorprendidos por el punto al que hemos llegado, una situación que nadie en el campo popular anticipaba. El solo hecho de encontrarnos en una coyuntura tan imprevista es prueba empírica de su gran relevancia histórica.

Pues bien, el problema no es solo hacer todo lo posible por mantenerse en el gobierno. No, No es eso lo determinante, pues si nos colgamos de esta consigna empedramos el camino de una posible derrota, convirtiendo la coyuntura electoral en destino catastrófico. Y esto, aunque parezca algo increíble, no es cierto. Aun cuando perdamos la posibilidad de estar en el gobierno, eso no define una derrota. Lo que en realidad la define es arrojar a la deshuesadora el legado que nos llevó aquí.

Se trata de pensar en quienes, por su clase y condición étnica, nunca habían formado parte ni ocupado altos cargos en nuestro país; en quienes se beneficiaron de una redistribución de la riqueza social inédita en nuestra historia; en los habitantes de las zonas más alejadas, que antes ni siquiera sabían que existía un gobierno nacional. Las pequeñas, medianas y grandes obras llegaron hasta los rincones más recónditos del territorio. Nunca antes, como en estos 20 años, la gente sintió que había un gobierno propio, suyo. No importan las elucubraciones que, desde un mecanicismo económico, tachan de despilfarro el gasto en “canchitas”; jamás comprenderán lo que eso significa para quienes fueron históricamente excluidos. En su mundo de consultorías, condominios y bufés, su vida gira en torno a la “libertad de elegir”; idea de libertad que buscan exportar a los pobres, pero nunca acompañada de sus bufés, privilegios o ingresos. Eso, para ellos, no está disponible para todos. Lo que se vivió estos años para la gente excluida no tiene cálculo económico, no entra en la miopía de los especialistas, nunca entenderán que las personas nos son un número, construir un país no es cuestión solo de cifras. Haber generado una deliberación colectiva que sacuda todo el territorio con aquello a lo que los reduccionistas denominan “prebendalismo”, es el acto más nacional desde hace 200 años.

Pero, ¿Cómo se defiende todo esto con el voto?, pues no es fácil, pero tampoco imposible. Lo que debemos demostrar es que, si bien, aún quedan grandes sectores que no se beneficiaron de esto, el Estado Plurinacional está apenas en la página uno.

Los beneficios nos cayeron a todos, pero no de la misa manera ni en la misma proporción. Muchos pudimos evitar el “destino” que nos aguardaba, si se hubieran mantenido los privilegios de unos cuantos, en espera del goteo de su riqueza. Nosotros estamos en la obligación de demostrar que el proceso de cambio ha generado una masa crítica de hombres y mujeres que tiene todas las posibilidades de continuar con la construcción del proyecto político desde el campo popular, no importando donde estemos.

El proceso de cambio no solo logró avanzar en aspectos materiales, sino en la capacidad de autoconciencia y de conocimiento que se tiene sobre Bolivia. Ya no somos solo unos sujetos sociales construidos para la resistencia, ahora también podemos producir una propuesta desde la realidad, por mucho que ahora el discurso político hable de fracaso, incapacidad y de crisis. Lo cierto es que, así como una verdad se erige tras un “cementerio de errores”, las fallas y limitaciones, no significan que nuestro horizonte sea incorrecto.

El campo popular no discrimina a aquellos que no comparten nuestros principios políticos somos más incluyentes y es hora de demostrarlo. Aun cuando critiquemos la democracia representativa por ser limitativa de la política, es una herramienta que hay que saber usar. Por eso el acto de votar no es un mero acto, es en el fondo una manera se seguir construyendo el proceso de cambio. Tenemos la ventaja de conocer el país. Pese a nuestros errores, podemos construir poder desde abajo, no como en los años 90, no somos los mismos y hay que demostrarlo.

Construir, quiere decir: saber entender que una herramienta tiene su utilidad y hay que votar con ese sentido. No solo con el de ganar. Esto implica hacernos la pregunta de: ¿qué apoyo yo, con mi voto?, si algo caracteriza al campo popular es la alta capacidad de autoconciencia que implica construir un proyecto político que incluya y construya una sociedad sin excluidos. A diferencia del proyecto que solo aboga por la libre elección. No se necesita mucha capacidad para dejarse guiar por cualquier deseo, pero construir un proyecto político donde no se excluya  a nadie es de una alta complejidad (tal vez nuestro error más grueso es no haber entendido este nivel de complejidad).

Aunque el campo popular en estas elecciones esté fragmentado, lo que debemos exigir a quienes en algún momento formaron parte -durante estos últimos 20 años- del gran compromiso colectivo que implicó el proceso de cambio, es que se respondan bien a esta pregunta. Incluso si el voto nulo es una opción, en tanto es parte del juego democrático, nuestra obligación es respetarlo. Pero si detrás del voto nulo existe un cálculo político para acumular un poder, que luego sirva para apalancar una confrontación social, con la opción de manipular la legitimidad de estas elecciones y así  canalizar el descontento en aras de desconocer las elecciones deslegitimándola, sería un retroceso terrible del proceso de cambio, sería una derrota destroza para el campo popular, porque si el voto nulo apoya conscientemente este proyecto, seguramente mucha gente generalmente pobre y excluida, saldrá azuzada a intentar plasmar este proyecto. No podemos aceptar utilizar el voto, para un proyecto semejante. No podemos utilizar una práctica colonialista y usar a la gente para un proyecto personal, nunca los “iluminados” de tal aventura ponen los muertos, siempre son los “otros”.

El voto del campo popular debe ser un voto consiente y pensado en cómo usar la herramienta de la elección y los mecanismos, ya desprestigiados, pero aún vigentes de la democracia representativa. Estemos o no en el gobierno, ese acto será pensado si es parte de una construcción a largo plazo, no si es solo un intento de obtener o no el poder. Lenin, solía decir: “salvo el poder todo es ilusión”, cierto, pero el poder no es un objeto inerte está en movimiento, se construye, son actos humanos los que lo determinan. No solo hay que buscar “ocupar” el poder sino construirlo y para esto el camino aun es largo.

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