Cómo pueden los Dos Grandes instaurar ‎la paz en el Gran Medio Oriente

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Esta noticia pertenece a la Red Voltaire y fue publicada en Damasco (Siria), el 30 de junio de 2020. Instaurar la paz es bastante simple, basta con parar de hacer la guerra. Pero en el Gran ‎Medio Oriente eso puede ser mucho más complicado debido a la presencia de una ‎multitud de actores para los cuales una solución, sin importar cuál‎ sea, debe satisfacer ‎reclamos que se contradicen entre sí. Bajo tales condiciones, ninguna paz puede ser ‎totalmente justa, pero al menos puede, y debe, garantizar la seguridad de todos.‎

A lo largo de todo el año 2011 y del primer semestre de 2012, Estados Unidos y Rusia discutieron ‎en secreto sus proyectos en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente). También ‎en secreto, el Pentágono aplicaba la doctrina Rumsfeld/Cebrowski ‎ [1]‎, o sea el plan de destrucción de todas las estructuras de ‎los Estados de esa región –como pudo verse en Afganistán, Irak, Libia, Siria, etc. Lo que quería ‎el entonces presidente Barack Obama era encontrar la manera de retirar las tropas ‎estadounidenses de aquella región para enviarlas al Pacífico, alrededor de China, en el marco de ‎su política de redespliegue de Estados Unidos en Asia. Rusia, por su parte, esperaba recuperar ‎su influencia en la región aportando su respaldo a la población rusoparlante de Israel y a Siria. ‎

Aquellas discusiones, cuyo contenido no conocemos, fueron difíciles. Durante todo el mes de ‎junio de 2012, ambas potencias se enzarzaron en una polémica, en la que cada una acusaba a ‎la otra de situarse «del lado incorrecto de la Historia» [2]. En todo caso, ‎Washington y Moscú convocaron juntos una conferencia internacional sobre Siria, a celebrarse en Ginebra –‎el 30 de junio de 2012– pero sin la presencia de sirios. Perfectamente conscientes ‎de que lo que sucedía en Siria no era una guerra civil, Estados Unidos y Rusia concluyeron ‎en Ginebra un acuerdo de paz ruso-estadounidense, con sus respectivos aliados como testigos. ‎Todos creyeron entonces que, a pesar del desequilibrio militar entre los dos protagonistas, ‎habían asistido a un “nuevo Yalta”, a una nueva repartición del mundo, cuya primera ‎consecuencia era precisamente aquel acuerdo [3].‎

Sin embargo, sólo una semana más tarde, el entonces presidente de Francia, Francois Hollande, ‎organizaba en París una reunión de los llamados «Amigos de Siria» para reactivar el conflicto ‎‎ [4]. Los países ‎miembros de la OTAN, en presencia de la secretaria de Estado Hillary Clinton, y con su ‎complicidad, [5], hacían fracasar en París las ‎negociaciones entre los presidentes Obama y Putin. Ante aquella nueva situación, el “maestro de ‎ceremonias” de la Conferencia de Ginebra y ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, ‎denunció el doble juego de uno de los protagonistas y renunció estruendosamente –el 2 de ‎agosto– al cargo de enviado especial de la ONU para Siria. Inquietos, varios miembros del Movimiento ‎de Países No Alineados [6], y posteriormente China [7], trataron de lograr un regreso al acuerdo de Ginebra pero no lo ‎lograron. ‎

Vinieron entonces 9 años de guerra. ‎

En 2020, mientras el Pentágono sigue adelante con la estrategia Rumsfeld/Cebrowski, ‎pero el presidente Donald Trump negocia en secreto no sólo con los presidentes de Rusia, Vladimir ‎Putin, y de Siria, Bachar al-Assad, y con los dos primeros ministros israelíes, Benyamin Netanyahu ‎y Benny Gantz. Es probable que también esté negociando con muchos otros dirigentes. ‎

Aunque la mayoría cree lo contrario, las contradicciones de la parte estadounidenses no son ‎nuevas. Ya existían hace 9 años, bajo las administraciones de Barack Obama. ‎Esas contradicciones estadounidenses no se deben al presidente Trump sino a una profunda y ‎antigua crisis de Estados Unidos, crisis que los occidentales no quieren tener en cuenta. ‎La diferencia actual es que Obama estaba tratando de desplazar las tropas estadounidenses de ‎una región del mundo hacia otra, pero el objetivo de Trump es traerlas a casa. ‎

Mientras tanto, las exigencias rusas han aumentado considerablemente. Moscú se implicó ‎militarmente en Siria y ha demostrado el poderío de su renacida industria militar y de las ‎renovadas fuerzas armadas de la Federación Rusa. Antes en ruinas, debido al derrumbe de ‎la URSS y al saqueo interno que caracterizó la época de Boris Yeltsin [8], Rusia ‎se convirtió nuevamente en una gran potencia internacional, recuperando no sólo la capacidad ‎de defenderse sino también la de destruir a su rival estadounidense –Rusia es hoy el único ‎Estado del mundo que podría plantearse tal objetivo. Comenzamos hablando de cómo gobernar ‎el mundo, pero en realidad se trata de una verdadera correlación de fuerzas. ‎

Hoy, en 2020, seguimos sin saber qué negociaron la Casa Blanca y el Kremlin en 2011. Pero ‎podemos deducir lo que está en juego a partir del análisis de los acontecimientos actuales. ‎O se mantiene la guerra que está destrozando uno a uno todos los Estados del Gran ‎Medio Oriente, o los Dos Grandes se dividen la régión en zonas separadas, o deciden ‎encargarse juntos de toda la región. Evidentemente, también es posible mezclar esas ‎tres variantes, aplicar una de ellas a todo el conjunto de la región o varias, según los países. ‎

Lo importante es saber que todo acuerdo tendrá que estar basado en un análisis realista del Gran ‎Medio Oriente, no en los titulares de los periódicos. Los medios de difusión no reportan las ‎verdaderas correlaciones de fuerzas que existen en la región porque se obstinan en abordar los ‎conflictos como si no estuviesen vinculados entre sí, a pesar de que sí están relacionados. ‎En esta región, todo acuerdo tiene consecuencias para todos, de manera que la paz para unos ‎puede significar un desastre para otros. ‎

También en contradicción con lo que todo el mundo cree saber, los palestinos y los kurdos ‎no tienen hoy papeles centrales: han perdido su causa legítima al pretender instaurar Estados ‎nacionales fuera de sus territorios históricos. Los turcos y los iraníes no constituyen un peligro, ‎siempre están dispuestos a negociar por debajo de la mesa. Lo que hace fracasar todo desde ‎hace 40 años es la voluntad de ciertos anglosajones de seguir colonizando la región a través ‎de Israel, voluntad que ha encontrado la resistencia de grupos árabes, a través del Hezbollah ‎libanés. En este momento, la facción colonialista israelí, encabezada por Benyamin Netanyahu, ‎está en declive ante la progresión de la facción nacionalista, lidereada por Benny Gantz. ‎Por su parte, el Hezbollah ya no puede contar con sus dos padrinos: Siria está ‎considerablemente debilitada mientras que Irán acaba pactar con los británicos en Yemen, de ‎ponerse de acuerdo con Estados Unidos en Irak y de anudar una alianza militar con la ‎Hermandad Musulmana en Libia. ‎

Por consiguiente, toda solución duradera tendrá que pasar por:‎

  • una cogestión de Israel por parte de Estados Unidos y Rusia;
  • una gestión del Líbano y Siria por parte de Rusia, bajo la supervisión de Estados Unidos. ‎

Así tendrá que ser tarde o temprano, a pesar de la oposición de una parte de los israelíes, de los ‎libaneses y de los sirios, porque es la única posibilidad de garantizar la seguridad de todos. ‎

La parte rusa ya se reorganizó en ese sentido. El encargado ruso del Levante, Alexander Zaspikin, ‎ya está concentrando su actividad únicamente en el Líbano, donde funge como embajador, ‎mientras que el nuevo embajador ruso en Siria, Alexander Efimov, tiene ahora la posibilidad de ‎comunicarse directamente con el presidente Putin, sin pasar por el ministerio ruso de Exteriores, ‎donde el ex embajador ruso en Siria, Alexander Kinschak, supervisará ahora toda la región. ‎

Lo que hoy está en juego es algo que ya ha fracasado repetidamente desde el fin de la Segunda ‎Guerra Mundial, pero la región ha evolucionado y también han evolucionado los Dos Grandes. ‎Donald Trump es muy realista y Vladimir Putin tiene un agudo sentido del Derecho Internacional. ‎Si logran compatibilizar sus puntos de vista sobre el Gran Medio Oriente, habrá de inmediato ‎consecuencias positivas en Extremo Oriente. ‎

Puede consultar la publicación original en: Red Voltaire

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